Un turista lationoamericano estaba de vacaciones en un pais del lejano –para el- sureste asiatico. Ya habia recorrido tres paises antes de pisar este ultimo en el que se encontraba, y de donde se alistaba para salir un miercoles por la manana.
Llego al aeropuerto dos horas y 10 minutos antes de la hora senalada en el itinerario. Documento su equipaje en regla, y se quedo con su mochila de mano, tal como lo habia hecho en todos y cada uno de los vuelos que habia abordado previamente. Con tiempo de sobra para desayunar algo, se dirigio a la zona de comida rapida para tener algo en el estomago, y de paso deshacerse del dinero que tenia en esa moneda que probablemente jamas volveria a necesitar.
Solo tenia poco mas del equivalente a 5 dolares, lo cual le alcanzaba para una bebida y un bocadillo. El turista opto por una botella de agua y un chocolate Mars, por tratarse de lo unico conocido, amigable y digerible a esa hora del dia. No los consumio en el momento y decidio los guardo en su maleta de mano.
El turista paso el control de migracion, y despues los filtros de seguridad del aeropuerto. Se durmio unos minutos sentado frente al mostrador de su vuelo, y desperto cuando ya estaban haciendo fila. Igual que en todos sus vuelos con esa linea aerea de bajo costo, habia solicitado desde el asiento 6F. Tomo esa decision para salir lo mas rapido posible del avion tras el aterrizaje, pero dicha eleccion ya habia tomado tintes de cabala.
El vuelo rumbo al tercero de los cuatro paises que ya habia visitado despego a las 9:15 hrs. Una vez estabilizado el avion, se asomo a su mochila y saco el agua, el chocolate y un libro. Comenzo a leer, pero cabeceo tres veces, por lo que renuncio a la lectura. Abrio el chocolate y empezo a tomarse el agua cuando noto una peculiar leyenda al reverso de la taparrosca.
La tapadera era azul, y el anuncio, colocado en un estampado, era rojo brillante con letras blancas. Dada la complejidad de las palabras del sureste asiatico, de nulo parentesco con su idioma materno, habia dejado de poner atencion al significado de las palabras a menos de que fuera estrictamente necesario o evidente. En este caso, le llamo la atencion el brillo del rojo y lo observo detenidamente. El estampado tenia un contorno que simulaba una explosion, como los que ponian en el programa de Batman en los 80, y a las 7 palabras les seguia un signo de admiracion:
Ban kiem duoc mot chiec xe hoi!
Al turista le parecio extrano, e intuyo que era un anuncio de algo. Reviso la etiqueta de la botella, y el agua pertenecia a The Coca Cola Company. En la etiqueta estaba la foto de un coche y la leyenda: “gianh chien thang mot chiec xe ngay lap tuc”, seguida del logo de la compania japonesa Honda. Intrigado por la leyenda en la taparrosca, el turista pidio permiso a la pasajera del 6E para preguntarle al pasajero del 6D, un senor de apariencia oriental, de traje y mucho sueno, si le podia decir que significaba dicha leyenda en la etiqueta de la botella. El senor, amable pero seco, le dijo que se trataba de una promocion para ganar un coche. Acto inmediato, le paso la taparrosca para solicitarle una nueva traduccion.
“You won a car”, dijo sin anadir mayor contexto.
El turista latinoamericano se quedo pasmado ante lo que escucho. Luego comenzo a sonreir. Podria ser posible que ganara un coche? Y para su maldicion, que tuviera la mala suerte de ganarlo en un pais tan lejano? Y peor aun… darse cuenta de ello una vez volando en el avion de salida de ese pais?
Pues al parecer si, si era posible. Es mas, era un hecho.
El turista comenzo a pensar en todas las posibilidades. En cuanto llegara a su destino, podia ir a los mostradores y comprar el primer boleto de regreso a su origen, y ahi entonces podria ver que hacer para hacer valido su premio. Una vez que certificara su fortuna, ya veria que hacer para trasladarlo. Otra opcion era tomarlo con calma, navegar en internet para revisar la promocion, y buscar a otra persona que le ratificara que en verdad habia ganado un premio, aunque ahora seria mas dificil porque se encontraba en otro pais. Era como si un coreano ganara un coche en Uruguay y el ya estuviera de camino a Argentina, penso. Esa y otras situaciones inverosimiles le cruzaron por la mente. Que buena suerte… y que pesima suerte. Por ultimo, considero la posibilidad de esperarse hasta regresar a su pais natal, y tratar de hacer valida la promocion so pretexto de la globalizacion, lo cual descarto casi de inmediato.
Cuando se dio cuenta, el avion estaba aterrizando. Su mente estaba demasiado ocupada en el dilema como para pensar en todo lo demas. Se habia acabado el agua y tiro la botella en el aeropuerto al que llego, pero se quedo con la etiqueta y la taparrosca. Mas tarde, en el taxi a su hostal, tuvo un remordimiento: que tal si le pedian la botella para poder cobrar el premio que no sabria como, ni cuando cobraria. Con este remordimiento vinieron otros: como trasladar el coche hasta su pais. Un barco le saldria demasiado caro. Y venderlo a alguna agencia, o a algun civil? Igual de dificil. Sin duda, seria mas facil deshacerse del coche y quedarse con el dinero. Pero… le dejarian transportar tanto dinero de regreso? Le pedirian una cuenta en un banco para depositarselo? Como podria abrir una cuenta en un pais asiatico? Le pedirian comprobante de domicilio? Y si pusiera la direccion del hotel en el que se quedo?
El turista llego a este laberinto sin resolver la primera duda, que en realidad era la que mas le angustiaba. Como saber si realmente habia ganado un coche? Tan solo descubrir eso le implicaria una inversion importante y un cambio radical de planes en su viaje. Valdria la pena? El camino mental estaba lleno de piedras. De hecho, en su cabeza era mas probable que no se lo dieran, a pesar de haberlo ganado, a que se regresara de Asia con un auto del anio.
Llego a su hostal y lo primero que hizo fue meterse a internet para buscar un traductor gratuito. En efecto, el anuncio de la taparrosca significaba: “Te ganaste un coche”. Verlo con sus propios ojos lo puso mas triste que feliz. Siguio pensando que hacer, se metio la taparrosca a la bolsa, fue al dormitorio, se acosto en su cama y se quedo viendo el techo sin saber que hacer. Quince minutos despues, tomo una decision.
El turista salio a caminar con libro y camara en mano. Estaba de nuevo en una ciudad que no le habia gustado tanto, pero pensaba ir al cine para ver una, tal vez dos peliculas para alivianar la tarde. El trayecto al centro comercial era muy sencillo. Tres estaciones, sin transbordes. Llego a la calle principal y comenzo a caminar por la banqueta atascada de puestos de comida y muchos otros productos. Mangos, platanos, pinas, frutas exoticas, arroces, fideos, guisados, ropa, pornografia, pornografia gay, dvds piratas, artesanias y adornos tipicos. Zigzagueo hasta llegar al metro, ubicado por encima de la calle, a manera de monorriel.
Antes de subir, se encontro a una indigente que dias antes ya habia visto. Estaba en cuclillas, recargada en una pared, con microfono en mano conectado a una bocina. Ciega, de unos 40 anios, sonreia mientras cantaba a todo volumen. El turista metio la mano al bolsillo, pesco todo el contenido de su bolsa con su mano derecha, y lo deposito en la cubeta de la indigente, que ahora ya tenia 8 monedas, una taparrosca y un auto del anio.
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